Don Francisco Bernal escribió un simpático soneto en alabanza del menudo sonorense. Dice su primera cuarteta: “Oh, menudo sabroso: te saludo / en esta alegre y refrescante aurora / en que reclamo alientos pues es hora / en que tú estás cocido y yo estoy crudo”. La esposa de don Languidio Pitocáido compró con sus propias manos un litro de menudo en el mercado del lugar. Lo probó el añoso caballero y exclamó con deleite: “¡Ah! ¡Este menudo está como para levantar muertos!”. Le preguntó la señora: “¿Me permites que te eche un cucharazo ahí?”… El marido de doña Hotilia se fue de minero. Eso quiere decir que pasó a mejor vida. A las pocas semanas del deceso una hermana del finado se topó con Hotilia en un centro comercial. Grandes fueron la sorpresa y el enojo de la tal cuñada al ver que la viuda de su difunto hermano iba muy amartelada con un alto y musculoso hombre de color proveniente de un cierto país de África cuyo nombre no diré para no ser acusado de injerencista. Le preguntó en tono de reproche: “¿Qué haces?”. Con fingido pesar respondió Hotilia: “Aquí, guardando el luto”…